Siete fragmentos

Alma escribiendo cosas

[16/04/2021] Marta se cayó a un pozo

Este relato surge de un encuentro con mi club de escritura de Granada después de muchos meses sin vernos. Decidimos volver a organizar quedadas (por videoconferencia) y compartir de nuevo lo que escribíamos, para escuchar lo que escribía el resto y, a la vez, para motivarnos a escribir más. A mi pesar, propusieron escribir sobre el confinamiento. Era algo de lo que no tenía ningunas ganas de escribir. Así que busqué una pequeña treta para no hacerlo.

No me gusta escribir sobre mi vida. No me gusta nada escribir sobre mí o sobre cosas que me hayan pasado. Supongo que me parece aburrido, al ser todo algo que ya he vivido. Sí que me gusta llevar un diario, pero eso es más para gestionar mis pensamientos y emociones. No tiene casi nada que ver con la escritura. Así que para la tarea decidí cumplir, pero solo a medias. Escribí sobre algo que podría considerarse el confinamiento. O podría ser muchas otras cosas. Junté sensaciones y pensamientos que podrían haber surgido del confinamiento. O podrían haber surgido de otras situaciones. Creo que son un poco universales. O quizás solo es que me da algo de tranquilidad pensar que hay mucha otra gente compartiendo cosas similares. No sé. De cualquier modo, aquí podéis leer un relato que trata del confinamiento pero en verdad no. Espero que lo disfrutes <3


Marta se cayó a un pozo.

Era lo último que planeaba hacer ese día. De hecho, se había levantado temprano porque había quedado. Ella y sus amigos iban a ir a un lago precioso a pasar el día. Marta iba a llevar empanadillas rellenas. Estuvo casi dos horas cortando verduras, sofriendo, moldeando masa y horneando mientras miraba a través de la puerta de cristal asegurándose de que no se quemaban. Al terminar se vió obligada a probar una para asegurarse de que le habían salido bien. El hojaldre todavía caliente estaba crujiente y sedoso. Se deshacía en su boca mezclándose con el pisto sabroso y casi dulce. Se le saltaron un par de lágrimas. Habían quedado riquísimas. Mejor que ningunas otras que hubiera cocinado antes. Marta estaba impaciente por que el resto las probaran. Especialmente Lucía. Siempre se burlaba de que ninguno de sus recetas estaban a la altura de sus alitas de pollo al horno. Pero su reinado terminaba hoy. No había plato que pudiera combatir con estas milagrosas empanadillas. Las metió cuidadosamente en una fiambrera; cogió el bikini, la toalla y todo lo demás y se fue corriendo. Había salido con tiempo de sobra, así que tomó el camino que pasaba por las granjas de apicultores y sus prados de flores multicolores. El sol apenas estaba despuntando por el horizonte, una brisa cálida acariciaba sus cabellos. No podía dejar de sonreír. Las ganas que tenía de reencontrarse con sus amigas después de meses de ausencia se convertían en mariposas en su estómago. Desgraciadamente, Marta no pudo llegar al lago. No pudo besar y abrazar a sus amigas y amigos después de tanto tiempo. Porque Marta se cayó a un pozo.

No supo muy bien como fue, parece ser que tropezó con algo o que resbaló. Una cosa llevó a la otra y el caso es que Marta se levantó de suelo en mitad de la penumbra del fondo de un pozo. No se había hecho mucho daño. Se había raspado un poco las rodillas y tenía algunos arañazos en la cara. Pero poca cosa. Después de sacudirse el polvo pudo ver a su alrededor las paredes húmedas y estrechas del pozo. Piedra basta, grisácea, cubierta de moho verde. Un fondo de tierra apisonada. Mojada y lodosa. Finos regueros de agua surgían de grietas en las paredes de forma caprichosa y formaban un charco en un rincón del pozo. En seguida pudo notar el frescor que había en esa habitación umbría. El sol apenas se intuía a la lejanía. En las alturas, un círculo de azul intenso y brillante parecía llamarla, burlándose.

Marta trató de escalar las pareces. Apretando los dientes intentó agarrarse a cada mínima grieta que pudo encontrar. Se aferró a la basta roca, pegándose todo lo que podía a la pared. Poco a poco, logró arrebatarle un palmo al pozo. Y después otro. Pero sus fuerzas empezaron a agotarse. Sus dedos temblaban y sus manos gritaban. Al final tuvo que desistir. No hubo manera. Solo se había ganado unas manos aun mas magulladas, calambres en sus músculos y pintar ligeramente de granate las paredes.

También intentó gritar. Intentó llamar afuera. Pero nadie respondía. Podía oír su voz retumbando contra las rocas. No se oía ningún otro sonido, más que el ocasional goteo del agua o la brisa paseándose por la boca del pozo. Intentando aguzar el oído para descubrir a alguien que la llamara a Marta le pareció escuchar algo. Se oían murmullos. Creyó que era el viento haciendo de las suyas. Pero no estaba segura. Y es que parecían venir de las paredes. Del suelo. Del mismo pozo. Efectivamente, parecía que algo la llamaba. Al rato esa sensación se difuminó. Marta se encontraba irremediablemente sola en el fondo del pozo. Y aunque no quería admitirlo, sabía que le quedaba mucho tiempo por delante.

No le quedó más remedio que acurrucarse en el fondo y ponerse cómoda. No tenía opción. Más le valía mentalizarse. Tuvo que aceptarlo. Era eso o abandonarse a la desesperanza. No iba a ganar nada destrozándose las manos contra las paredes ni quedándose afónica pidiendo ayuda.

Marta se hizo un hueco en el lado opuesto al charco, donde un lecho de musgo hacía tolerable estar sentada en el suelo. Para comer, pues tenía las empanadillas. Le dejaban un regusto amargo, porque se las tuvo que comer sola, y ninguna de sus amigas pudo probarlas al final. Para quitarse ese mal sabor bebía del agua que se escurría de las paredes. Los vasos de cartón que llevaba para la comida en el lago le vinieron de lujo. El agua sabía amarga. Le dejaba la garganta rasposa. Pero prefería ese amargor a que el sabor de las empanadillas le recordara el mundo que había en el exterior y del que ahora era una exiliada. Al menos sabía que el agua no le iba a faltar. Tuvo suerte, y en una de las paredes de del pozo había un pequeño hueco que descendía a las profundidades y que se transformó en un baño improvisado. Nunca se preguntó hacia donde llevaba ese agujero. Y prefirió no averiguarlo.

Cuando menos lo esperaba, los murmullos volvían y con ellos esa vaga sensación de peligro inminente. Ese algo la hacía volverse intranquila. Sentía que algo la observaba. Se sorprendía girándose rápidamente para intentar sorprender a alguna criatura detrás suya. Se le erizaba el vello y un escalofría recorría su espalda y su cuello. Su pulso y su respiración se aceleraban. Algo se acercaba. Lo sabía. No podía perder tiempo. Si no hacía algo ahora mismo se quedaría atrapada allí para siempre. Lo sabía. Marta se acurrucaba en el suelo y pegaba su espalda a la pared, en un intento por sentirse más segura. Cerraba los ojos y contaba el paso del tiempo. Al final las voces siempre cesaban. El pozo se tranquilizaba y aflojaba sus tenazas. Y con ello Marta podía volver a su aburrida rutina.

Por la noche se encogía en su lecho de musgo y miraba hacia arriba. Hacia el charquito de estrellas que se veía en la lejanía. Algunas noches la luna se pasaba a saludar. Otras veces se pasaba la lluvia, y se veía obligada a apretujarse en un recodo del fondo del pozo para no quedarse empapada. Un día incluso se puso a granizar. El pozo parecía una sala de conciertos improvisada para una banda de xilófonos. Habría sido bastante bello si no tuvieran la mala costumbre de golpearle en la cabeza al final de cada compás.

Marta intentaba ser positiva. Se lo tomaba como una experiencia. ¿Cuantas personas habían vivido en el fondo de un pozo? Tenía su encanto. Era como las cuevas que se habían habitado en multitud de ocasiones a lo largo de la historia. Solo que el pozo era más pequeño que una cueva. Y más húmedo. Y sin la posibilidad de salir. Y encima en contra de su voluntad. Cuanto más lo pensaba menos romántico le parecía. Más que la aventura de vivir en una cueva era la condena de verse encarcelada.

Veía a veces los pájaros posarse en la boca del pozo. La saludaban. A veces tenían conversaciones. Les preguntaba por sus viajes. Les pedía que le trajeran cosas. Se convirtieron en su única conexión con el mundo exterior. Las empanadillas al final se acabaron. Y no se sintió con el valor o la desesperación suficiente como para probar si las setas que crecían ahí abajo eran comestibles. Por suerte los pájaros le dejaban nueces. A veces trozos de pan. Una maravillosa tarde le dejaron una magdalena, un poco pasada. Pero considerando lo que había estado comiendo, era un auténtico lujo. A veces se preguntaba si los pájaros la ayudaban por buena voluntad, o más bien porque les divertía acertarle en la cabeza con lo que le tiraban. Fuera lo que fuera, se callaba los insultos cuando una almendra la despertaba por las mañanas y se alegraba de no tener que alimentarse de musgo y lodo. “¿Y de qué se alimentan los pozos?” se preguntó un día Marta. ¿Del agua que rescataban? ¿De los seres que caían a su interior? Marta siempre había pensado que los pozos no se tenían que alimentar de nada. Los pozos no viven. No sienten. Son solo algo que crean las personas. O algo que aparece por sí solo. Pero le resultaba más difícil seguir pensando lo mismo. Marta estaba casi segura de que ella no se había caído allí sola. Fue el pozo quien la atrapó. Y lo había oído hablar. De un modo extraño, pero le hablaba. Y si algo habla, tiene que pensar. Y si algo piensa tiene que estar vivo. Y por supuesto, también tiene que comer. Marta esperaba poder salir de allí antes de convertirse en la comida de aquel pozo. Aunque se hacía difícil, porque las paredes parecían crecer día a día.

Con el tiempo se acostumbró a pensar en voz alta. El eco de su propia voz la hacía sentirse acompañada. Además, el silencio parecía atraer a los murmullos. Y el ruido además alejaba a la soledad. Para Marta lo peor de estar en el fondo del pozo no era la incomodidad, la estrechez o el no poder salir al exterior. Lo peor era tener que pasar por todo eso y hacerlo alejada de toda su gente. No era solo que se hubiera perdido aquella comida del lago. ¿Cuántas comidas en cuantos lagos podrían haber organizado en todo el tiempo que estuvo en el fondo de ese pozo? Ahora que lo pensaba, parecía llevar vidas enteras allí abajo. Cuando se perdía en esos pensamientos los murmullos parecían volver irremediablemente. Acurrucada en su rincón en el suelo intentaba escucharlos. Intentaba buscarle sentido. Pero nunca sacaba nada en claro. Podía pasarse horas muertas intentando encontrar una respuesta que nunca llegaba. Y al final solo eran horas que se perdían.

Había días que pasaba tumbada. Negándose a hacer nada más que intentar dormir y que el tiempo pasara más deprisa. Viajando a un futuro en el que podría salir de ese pozo. Y así Marta alimentaba al pozo. Con su tiempo. Días y días eran devorados por esa boca hambrienta. Y los murmullos parecían animarse y acallarse a la vez. Así que Marta lo alimentaba una y otra vez. Con tal de que se callara y la dejara tranquila.

Al final el pozo escupió a Marta. Su cuerpo, engarrotado por el aprisionamiento, se encontraba retorcido. Marta se había acostumbrado a la estrechez del fondo del pozo, y los espacios abiertos ahora la agobiaban. Se sorprendía a veces recordando con nostalgia la noches acostadas en el húmedo musgo con añoranza. Aquel pequeño trozo de cielo que podía distinguir en la lejanía. La soledad. La monotonía. La ausencia de todo. La nada. El estar ella sola sin que nada más importara.

El pozo la llamaba. Los murmullos volvían. Marta no sabía cuanto podría acallar el impulso de volver. Ni siquiera si querría hacerlo. Le daba miedo pensar que si regresaba, el pozo no volvería a soltarla jamás. ¿Pero era miedo o era deseo? Marta empezó a dudar de si misma más y más. Claro que no quería volver. Habían sido los peores momentos de su vida. Y sin embargo la tentaban. La intranquilidad crecía en Marta. Empezó a tener miedo de sí misma. Con horror se descubría haciendo planes para volver, pensando en pasar por casualidad por el borde del pozo a ver si todo se repetía de nuevo. Con toda la fortaleza de mente que podía reunir borraba esas ideas de su cabeza. Pero no sabía cuando iba a poder aguantar. Así que una noche decidió ponerle fin. En un principio pensó en una cuerda. Siendo lo bastante gruesa no debería haber problema. Pero se lo pensó de nuevo. Una cuerda se puede cortar, se puede desgastar. Tenía que ser algo definitivo. Una cadena sería lo mejor. Pasaría mucho tiempo hasta que el metal se oxidara o se rompiera. Puso un rollo de gruesas cadenas en la mochila que hace tanto tiempo había llevado empanadillas y un bikini. Emprendió camino al pozo, atravesando de nuevo los campos de flores multicolores. Esta vez las abejas no zumbaban. Al final del camino vio la silueta del pozo delineada por una luna menguante. Marta se quedo parada un par de minutos. Quizás fueran horas. Los dedos se le pusieron blancos de apretar las manos. No le extrañaría que las uñas le hubieran abierto pequeños surcos en las palmas. Con los brazos temblorosos abrió la mochila y sacó la tintineante cadena. Arrastrándola se acercó al pozo. Aseguró la cadena con un grueso candado y lanzó la llave al fondo. Y tras ella lanzó la cadena. La banda de xilófonos dio un último recital y de nuevo cayó el silencio. Miró a boca oscura del pozo con desafío. Esta vez era ella la que se burlaba.

Si alguna vez volvía a caer al fondo, ahora sabía que había un camino de vuelta. Quisiera o no usarla había una salida. El pozo aun podía morderla, podía asustarla, podía matarla. Pero ahora Marta sabía que lo había domesticado y tenía las herramientas para hacerle obedecer.


#maquinadeltiempo #minirelato #terror

[Escrito por Alma]

[01/03/2020] Érase una vez

Este texto no tiene mucha historia detrás, así que voy a cortarme con la introducción, que las anteriores eran casi más largas que el texto en sí.

Me encantan las fábulas, los cuentos y toda la simbología que se ha creado con ellos. Adoro la simbología en sí. Elementos que han cobrado significado por su aparición en historias y relatos, les dan una vida que va más allá de lo que pueden representar en sí. Muchos de esa simbología está muy integrada en nuestra cultura, por lo a la mayoría de la gente le suelen evocar sensaciones similares, y eso da mucho potencial a la hora de crear. Usando esos elementos bastante universales (siempre dentro de la misma cultura en la que fueron concebidos) puedes predecir bastante bien que tipo de sentimientos puedes despertar en las personas que vayan a consumir lo que creas.

Esto que he escrito nace esencialmente de querer plasmar en un texto multitud de esos elementos de cuento, y ver un poco hacia donde me llevaban. De lo que se esconde detrás no comentaré nada, ya que prefiero que cada persona se quede con lo que ella ha sentido. Espero que lo disfrutes.


Una ciudad sin murallas, Laberinto de cristal, Una playa de papel, Mil palabras olvidadas.

Un susurro arrepentido, Una lágrima viajera; Mil disculpas que prendieron Un corazón de madera. Una marioneta errante Que hilos dorados manejan, Bailando al son de una música Que nunca el silencio aleja.

Una cristalera rota, Cien años de mala suerte; Un sendero que recorro De la mano de la muerte.

Elogios que son mentira, Mentiras que dan la vida, Una mueca, una sonrisa. Anhelar una caricia.

Una laguna sangrienta. Un hada que desespera. Una espada sin destino, Existencia sin sentido, Desear cualquier manera De llenar ese vacío.

Una princesa y un príncipe Atados forzosamente. Muriéndose poco a poco, Dos almas que se enloquecen. Fuego y hielo, corta y prende; Se destruyen mutuamente. El tapiz que se desgarra, Su juramento se pierde Alaridos que proclaman Una injustica demente. Una profecía maldita. Una mente envenenada. Venas desiertas y frías Que se disfrazan de bellas, Representan un papel Que el público vitorea, Mientras su interior, podrido, Se deshace por la pena.

Un dragón encarcelado. Un caballero tirano. La pasión que es ahogada En un pozo de deseos. Todo buenas intenciones, Historias para inspirar. El infierno que te aguarda Nada más al despertar. Pesadillas, sueños rotos. Imaginación viajera. Relatos negros y blancos Condenados a la hoguera.

Familias grises y rotas. Súplicas que no germinan. Semillas que te fulminan Cuando eclosionan y vuelas. El cielo, azul y limpio, Te promete luz y gloria, Infinidad de tesoros, Un mapa con sangre escrito. Cuervos guardando el camino. Hambre o pureza, el dilema. Un tribunal, siete ojos. Una moraleja impía Que no importa, yo la escojo.

¿Para qué quieres verdad Pudiendo beber mentiras? Esperanza que es de paja Igual espanta los miedos, También perdices al vuelo. Soy infantil, y esto un juego. Cautivado el albedrío, Igual da la libertad. Solo escucho las historias, No necesito memoria: Dame ficción y felicidad.


#cutrepoesia #fantasia #maquinadeltiempo

[Escrito por Alma]

[19/02/2020] Son multitud, soy multitud

Hace nada encontré un grupo de gente que se reúne cada mes para poner en común cosas que han estado escribiendo. En cada reunión dan un concepto sobre el que se puede escribir durante el mes, y quien quiera puede compartirlo en la siguiente reunión. Aparte, también se puede compartir otra composición de tema libre. Esto yo lo conocía como micrófono abierto, y es una de las cosas que más he echado de menos desde que me mudé. Y me alegro un montón de poder volver a formar parte de uno. Nunca había llegado a participar activamente, pero siempre que podía iba a escuchar. Me encanta oír lo que escribe otra gente. Me sirve para buscar inspiración, y además me motiva mucho. Me recuerda las cosas que podría conseguir si me esforzara lo suficiente. Algo así pasó con la creación de esta plataforma, que de no ser porque vi otra gente creándose blogs quizás seguiría en el limbo.

Me encanta leer y escuchar cosas de estilos cuanto más diferentes mejor, y los micrófonos abiertos me parece que son perfectos para eso. Te encuentras gente de muy diferente estilo y nivel. Aunque tengo mis estilos predilectos, me parece que picotear un poco de cada uno me hace más bien que mal. Y eso intento. Aunque es cierto que el relato corto en el que parece que me he apalancado favorece bastante más cierto tipo de textos. O, al menos, a mi cabeza le resulta más fácil pensar de ese modo. A veces me fuerzo a escribir textos de otro tipo que no me resultan tan naturales. Pero como mi principal razón para escribir es disfrutar con ello, no suele pasar demasiado.

El concepto que se propuso en el micrófono literario para el mes siguiente era “Red”. Se suelen poner cosas muy abiertas para que cada cual le busque la interpretación que más le guste y salgan textos variados con temáticas interesantes. Mi propuesta es la siguiente, espero que la disfrutes.


No hay nadie más a la vista. Solo yo, el mar y la arena bajo mis pies. ¡Ah! ¡Y el viento! Casi me olvido del viento.

Las olas se acercan a mí tímidamente, ofreciéndome un trozo de océano que no puedo más que aceptar.

Bajo mis manos, diminutos granos de arena se agolpan, sosteniéndolas y queriendo enterrarse en mi piel. Todos y cada uno de ellos me hacen el más minúsculo corte, tomando de mí una infinitésima gota de sangre. La beben con mesura y la hacen suya. A cambio, dejan su marca en mi cuerpo. Cortes que van sumándose, formando un complicado rompecabezas en mi carne. “No me olvides”, parece decir. “Jamás podría”, responden mis entrañas. La arena va fluyendo, algunos granos se van y otros nuevos ocupan su lugar. A mucha de esa arena no la volveré a ver. Mucha ya ha caído, se ha perdido. Y, sin embargo, la recuerdo. Mi sangre viaja en su compañía. Me hicieron partícipe de las corrientes por las que se arrastraron. Me mezclé con otros cuerpos a los que visitaron. Ahora soy parte de arena.

Las olas no me olvidan, y sus caricias hacen que yo no me pueda olvidar de ellas. Una miríada de gotas besan mis dedos, besan mi piel. Me arrastran junto a la marea. Yo bebo de ellas, y ellas beben de mí. Su sal quema en mis heridas, y a veces nuevas gotas asoman por mis ojos cuando el dolor es grande. Me acunan suavemente, conduciéndome por lugares remotos. Con ellas descubro maravillas. Bebo de su sabiduría y crezco a su lado. Lavan mis dudas, cristalizan mi voluntad, se funden conmigo. Ahora soy parte del mar.

Y el viento resuena. Ecos de mi llanto lejano que ya apenas recuerdo. Me abandono a sus brazos. En las caídas me levanta de nuevo, su aliento me acompaña. Susurros, en ocasiones bellos. Otras veces me hablan con furia. Palabras que hieren y que me acaban curtiendo. De sus voces aprendo, con sus voces cambio. Me dan alas para huir, y también para volver. Y gracias al lazo que nos une me hacen libre. La ventisca se hace mía.

Y, cuando llegue el momento, mi cuerpo desaparecerá, y pasará a formar parte de esa playa. Bandada, enjambre y manada. Me uniré a la arena que soportará otros pies y otras manos. Me fundiré con la corriente que acariciará nuevas pieles. Y mi voz se unirá a la melodía que canta en la costa. Y seguiremos aguardando a quienes visiten la playa. Algunas personas quizás sean amigas. Otras no lo serán tanto. Pero de cualquier modo nos ofreceremos a ellas, unidas por el dolor y la necesidad. Y nos haremos inseparables. Vidas entretejidas construyendo un gran manto. Para encontrarlo solo has de seguir la madeja. La brisa, la sal. Solo necesitas un granito de arena.


#ejercicio #maquinadeltiempo #minirelato

[Escrito por Alma]

[01/02/2020] Sin mirar atrás

Este relato en verdad no tiene mucha historia detrás. Lo hice para el curso de escritura allá por 2018. Pero no había ninguna premisa especial, que yo recuerde. Aunque sí que tenía un par de cosas en mente mientras lo hacía.

Algo en lo que suelo poner bastante énfasis en mis textos son sensaciones. Para intentar transmitir qué sienten mis personajes intento hacerlo a través de lo que captan sus sentidos en cada momento. Lo he visto utilizado por otras personas y me parece que es una herramienta bastante poderosa, y que suele servir para ayudar a quien está leyendo a conectar con un relato. Creo que además aporta intensidad al texto. Y aunque a veces eso puede no ser bueno, sobre todo en grandes dosis, en este caso en particular creo que le venía bien.

La segunda cosa que quería plasmar en este relato, es el concepto del horror invisible. De una presencia que se encuentra fuera de escena, pero que es capaz de amenazar y de influir negativamente a las personas que la experimentan. Era un concepto que descubrí en un podcast sobre escritura y que me apetecía poner en práctica. Algo así es lo que aparece en este relato. Espero que lo disfrutes.


El viento sopla a sus espaldas. La lluvia torrencial lo acompaña, empapando sus abrigos ya chorreantes. Sus pies intentan abrirse camino en un océano lodoso. Hundiéndose a cada paso hasta la pantorrilla, sus botas se inundan cada vez más y luchan por continuar en movimiento.

Los pasos de ella, más veloces, intentan imponer su ritmo. Los de él, renqueantes, se esfuerzan en seguirla. A veces ella vuelve la vista atrás, intentando penetrar con la mirada las sombras de un bosque oscurecido por la tempestad y el crepúsculo. A veces él se lleva la mano al costado, intentando frenar el reguero carmesí que están dejando a su espalda. A veces ambos se estremecen. Quizás sea por el soplo helados del vendaval en sus empapadas ropas. Quizás sea porque sus músculos empiezan a desfallecer. Quizás sea por los alaridos desgarradores que parece arrastrar el viento.

Él intenta seguir adelante, con toda la voluntad que le queda. Pero su costado está ardiendo, mientras que por sus venas se deslizan cristales de hielo. Solo se mantiene en movimiento gracias al brazo que apoya sobre ella. La constante cadencia de sus pasos parece haberse grabado a fuego en su delirante consciencia.

Ella siete como el peso de su compañero parece aumentar a cada paso. Su piel quema al tacto, aun bajo la gélida tormenta. Finalmente su corazón se parte cuando él se desploma. Con lágrimas invisibles ella intenta desesperadamente levantarlo. Le da palabras de ánimo y fuerza que ambos saben son totalmente falsas e inútiles. Se miran. La mirada de él le suplica. Ella odia a este condenado mundo, porque sabe que él tiene razón. Sus rostros, marcados de barro, lluvia y lágrimas se encuentran. Se funden en un desesperado abrazo. Sería imposible distinguir donde acaban los sollozos y empiezan los temblores de fiebre, terror y abatimiento.

Ella saca un revolver de su mochila y lo coloca en sus manos. Los ojos de él reflejan primero confusión, luego pánico, y finalmente determinación. Los de ella se cierran, llenos de furia y lágrimas. Incapaz de mirarlo besa sus dedos temblorosos, besa sus labios cubiertos de llagas, y por último su frente ardiente. Los pasos de ella se alejan, uno tras otro. Y mientras lo hace, ruega con todas sus fuerzas para que encuentre el valor necesario antes de que ellos lo encuentren a él.


#maquinadeltiempo #minirelato #terror

[Escrito por Alma]

[11/01/2020] Plumas de colores

Ya he mencionado antes que no he practicado mucho la poesía. Me gusta bastante leerla, aunque no de forma habitual. Normalmente lo que disfruto más cuando leo un texto son las historias que cuentan, los mundos que presentan, las personas que aparecen en ellos y que evolucionan y experimentan esas maravillas. Y por lo general la poesía no suele trabajar ese tipo de cosas. Suele ser breve, directa. No da mucho tiempo a presentar lugares desconocidos, ni a dar mucho recorrido a los personajes. De ahí la escasa relación que he tenido con ella en el pasado. Eso cambió con el primer club de escritura al que asistí y algún micrófono abierto en el que estuve de oyente.

Mi profesora escribe un tipo de estilo que me llamó muchísimo la atención, que es prosa poética. Además lo hacía maravillosamente bien. Me dio curiosidad e hice algún intento. No me fue mal del todo. Aunque tampoco es un estilo que pueda usarse para textos muy largos, me pareció que le daba belleza a los escritos. Una cosa que no me gusta demasiado de muchas obras de literatura fantástica, es que por lo general no dan importancia a la belleza o estilo del texto. Se centran más en esos aspectos que a mí más me atraían: historia, mundo y personajes. Sin embargo, cuando las lees, casi nunca puedes decir que el estilo sea bello. Salvo contadas excepciones. Una de ellas es la de mi autora favorita: Ursula K. Le Guin.

Los mundos que Ursula crea son maravillosos, con personajes muy particulares y llenos de complejidad; y, aunque es cierto que las historias no suele ser lo más importante en sus obras, el texto es pura belleza. Además, tiene una gran naturalidad, con lo que no parece sobrecargado en absoluto (como si pasa en otras obras de naturaleza más poética). Ella representa el 80% de lo que me gustaría alcanzar en la escritura. Y una de las habilidades que necesitaría adquirir para alcanzar esa meta imposible sería desarrollar una escritura con un estilo mejor, más bello, que no se limite solo a contar una historia, si no que lo haga de un modo bonito, a la vez que natural.

Como hay que andar antes de correr, empecé ciertas incursiones en el terreno de la poesía. Este de aquí creo que fue el primer intento que hice de una “poesía”. No sé si tiene derecho a llamarse así, ni siquiera entre comillas. No tiene ningún tipo de rima o métrica típica. De cualquier forma la etiqueta que se le ponga me importa bien poco. A mí solo me preocupaba el estilo, que la verdad me gustó como quedó. Espero que lo disfrutes.


Siete plumas fueron arrastradas por la tormenta.

Roja fue la marca sobre la mejilla. Más rojas fueron las palabras que la siguieron. Lazos que estallan y avivan una llama implacable Quemando carne y alma por igual.

Amarillo es el pan duro sobre la mesa. Amarillos, los ojos codiciosos que vigilan una cancela dorada. Amarilla es ciertamente la llave, casualmente extraviada. Excusa frente a una horda de manos suplicantes.

Sombras azules bajo ojos cerrados Conjuran el peso del mundo sobre unos hombros exhaustos. Y un rayo de luz que entre almohadones Convierte al olvido en deseable.

Cristales rosas guían la mirada y llenan de certeza. De los labios de su amor solo salen elogios y de sus manos caricias, Su única compañía en una mansión de terciopelo. Jamás renunciará a ellos. Son elogios y caricias. Sólo elogios y caricias.

Verde es el reflejo marchito que aparenta grandeza. Marchitan y marchitándose los que tratan de alcanzarlo. Promesas y sueños rotos se intuyen tras un telón esmeralda donde actores y público, se conducen de la mano hacia el abismo.

De ropajes naranjas cubría su cuerpo entre la multitud con ansia de reconocer y no ser reconocido. La verdad secuestrada por manos anaranjadas, el naranja manejado por mentes iluminadas.

El elixir violeta que lo cambia todo, sutura cicatrices con manos púrpuras, su única exigencia tu devoción. Nunca más sentir debilidad, soledad o incertidumbre. Nunca más sentir, nunca más necesitar. Nada más, nunca más.

Y de sus cenizas nacen las siete más oscuras, Heraldos de miedo y lágrimas, lo consumen todo. Del arcoíris nacido al final de la tempestad hacen su víctima, pero las contamina. Y heridas caen al suelo, donde esperarán a que el viento se levante de nuevo.


#cutrepoesia #maquinadeltiempo

[Escrito por Alma]

[31/12/2019] La luz al final del tunel

Este fue el primer relato que hice en el primer curso de escritura que asistí, creo recordar que a principios de 2017. También sería uno de los pocos de estilo ciencia ficción que haré hasta el momento. Al igual que el primer relato que puse, también nace de un ejercicio del curso. En este ejercicio en particular se nos pedía escribir un texto con narrador omnisciente, y también se nos daban algunas pautas aleatorias. Cada integrante del grupo tuvo que escribir elementos que pudieran encajar en el Qué, Quién, Cuándo y Dónde de la historia. En mi caso estos serían:

-Qué: El cielo se ha vuelto púrpura.

-Quién: El presidente de Japón.

-Cuándo: El siglo XXX.

-Dónde: En las nubes.

A partir de esas directrices se me ocurrió que al relato le pegaría ser de ciencia ficción (siendo en Japón, en el futuro y tal). Desde el principio me pareció que lo que salió de ahí era bastante denso, con mucho diálogo y demasiados nombres (que, por cierto, tienen el orden de nombre y apellido occidentalizado) para lo breve del texto. Precisamente algo que suelo criticar de la ciencia ficción. Aunque sí que procuré no recurrir a algo que tampoco me ha gustado nunca de ese estilo, que es intentar buscar una explicación científica a fenómenos que no la tienen.

Como me pasa cada vez que vuelvo a un relato que escribí hace tiempo, me parece encontrarle muchos fallos y le cambiaría mil cosas. Pero, sinceramente, creo que lo mejor es dejarlo como está. Está bien ser consciente de dónde se viene y ver el progreso y la evolución que ha habido a lo largo del tiempo. Hace que te sientas bien, y además te da perspectiva. Lo que salió de aquella mezcla es lo siquiente. Espero que lo disfrutes, dentro de lo humanamente posible.


Naota Tsurumaki se encontraba mirando por el gran ventanal de espaldas a la sala de reuniones. Los últimos miembros que esperaban para la reunión estaban llegando, pero él no los había escuchado. Se encontraba ensimismado con la vista. Abajo podía ver las nubes, flotando casi mágicamente sobre tierras y océanos. Algo más arriba alcanzaba a vislumbrar el oscuro y vasto universo. La Tierra parecía tan pequeña desde aquí arriba…

Ahora mismo la Estación de Gobierno Nacional estaba sobrevolando Asia así que podía ver como diferentes ciudades asiáticas empezaban a iluminarse ya que, si no recordaba mal, deberían de ser cerca de las nueve de la noche. Japón le parecía sumamente pequeña. Débil. No obstante, Naota siempre se había sentido orgulloso de haber nacido en ese país. Uno de los días más felices de su vida lo vivió hace escaso año y medio, cuando fue elegido para liderar esa nación hacia lo que el esperaba que sería un futuro prometedor. Ahora mismo, sin embargo, su país dependía de él para afrontar el misterioso problema que ahora encaraban y no podía defraudar a todos los que habían puesto en él su confianza. No había tiempo que perder porque quizás cada minuto fuera esencial. Inspiró profundamente e intentó relajarse para lo que tenía por seguro que sería una reunión larga y tensa.

Lo normal era que los momentos que pasaba observando la Tierra desde el ventanal le ayudaran a tranquilizarse, pero en esta ocasión el efecto era el contrario. Y es que la vista nunca se había encontrado teñida por esa misteriosa “luz púrpura” que había surgido de la nada hace 6 días y que lo inundaba completamente todo. De la noche a la mañana la total superficie terrestre se había encontrado sumergida en una luz parecida a lo que sería una aurora boreal. Nada se escapaba. Tanto las minas más profundas, como la cimas más altas se encontraban bañadas en ella. Incluso el fondo del océano según las últimas informaciones. La luz lo inundaba todo. Solo a partir de seis mil seiscientos sesenta metros la luz se desvanecía. Y nadie tenía la menor idea de su origen. Así que allí estaban ellos, los miembros del comité de crisis, listos para buscar la razón y la solución.

Una voz junto a su oído le sacó de su ensimismamiento:

–Señor, ya ha llegado el último miembro del consejo. Cuando quiera podemos comenzar –le susurró el ministro del interior y organizador del comité de crisis.

–Por supuesto‒ contestó el presidente Tsuromaki, al que le costaba dejar de observar la misteriosa luminiscencia.

Se volvió hacia el resto del comité, intentando olvidar la imagen de Japón inundado en un mar violeta. Tras asegurarse de que la visión quedaba oscurecida al poner el cristal en modo opaco comenzó la reunión. Completaron los saludos y formalidades primero, ya todos sentados en torno a la mesa circular. Y es que la cortesía y la corrección estaban siempre primero, aunque se tratara de un asunto de seguridad nacional. Después de ese breve intercambio de palabras, indicó a la directora del consejo de Ciencia y Tecnología que procediera a la lectura de su informe. Konata Koizumi, con la seguridad propia de la que se sabe capaz de enfrentarse a cualquier situación menos a una reunión con las personas más influyentes del planeta, se aclaró la voz y se dirigió al resto:

–Se han realizado cuantiosos análisis por parte de los cinco millones de nanobots atmosféricos, y la composición actual del aire es idéntica a la de antes del incidente, y no ha habido ninguna incidencia fuera de lo usual en los dos años anteriores.

–¿Tampoco dieron ninguna señal después de la última erupción del Fuji del pasado otoño?–, preguntó Hideki Fukui, ministro de Urbanismo y Astrorquitectura, un deje de incredulidad intuyéndose en su voz.

–Las desviaciones finales fueron mínima–, contestó la consejera Koizumi con cierta exasperación–. Las estaciones de nanobots de filtrado capturaron mas del 99% de las impurezas que se liberaron al aire. Hay pocos acontecimientos naturales que sean capaces de producir un fenómeno que los nanobots de filtrado no sean capaces de neutralizar, además son capaces de hacerlo con tal celeridad que ninguno de los habitantes llegaría a percatarse de que se ha producido ninguna…

–Todos nos sentimos muy orgullosos de los nanobots diseñados por su equipo señora Koizumi– interrumpió el presidente Tsuromaki. El entusiasmo de la consejera Koizumi le resultaba muy revitalizante, pero sabía que si no la interrumpía podían tirarse toda la noche escuchándola hablar de las bondades de sus nanobots, y el tiempo apremiaba–. Por favor continúe con el informe.

–De…de acuerdo, señor presidente, por supuesto–, respondió ella, notablemente azorada–. Hemos analizado la llamada “luz púrpura” en diferentes localizaciones y para todas los resultados han sido idénticos. La radiación se encuentra en su totalidad en el rango luminoso y presenta una longitud de onda de 424 nanómetros, por lo que debería ser totalmente inocua. Mantiene un flujo variable y no hay una dirección privilegiada, por lo que no se puede establecer un foco de origen. De todos modos, dados los límites tan arbitrarios, puede darse por hecho que la fuente de esa “luz” no proviene de nuestra dimensión.

–¿Está usted completamente segura, señora Koizumi? ¿No existe nada que pudiera estar produciéndolo de forma natural o artificial en nuestra dimensión? – preguntó el presidente Tsuromaki, al que un escalofrío le recorrió poco a poco la espalda.

–Absolutamente, señor presidente, los indicios son incuestinables.

–De acuerdo, muchas gracias– le contestó el presidente con una sonrisa cordial aunque algo tensa–. Lo que nos lleva al siguiente informe ¿Qué tiene que decir el ministerio de Relaciones Transdimensionales sobre esta afirmación, ministro Hitsakawa?

–Me he reunido con nuestros homólogos en las veinte dimensiones más cercanas a la nuestra y ninguna de ellas tenía constancia de que estuviera sucediendo algo inusual –contestó Itsuki Hitsakawa, cuyas ojeras y tono de voz eran los propios del que no hubiera dormido bien en muchos días. –He viajado de urgencia a todas las tierras que tuvieran una remota conexión causal con la nuestra y he mandado enviados oficiales a muchas otras más. En ninguna de ellas sucedía nada similar ni había señal de que pudieran ser el origen del fenómeno.

–Doy por hecho que la situación diplomática con todas ellas es tan buena como siempre– comentó el presidente, que empezaba a sonar ciertamente desesperado por encontrar una respuesta que no fuera la que empezaba a temer.

–Por supuesto, señor presidente. De hecho cada una de ellas nos ha ofrecido todos los medios y colaboración que necesitáramos para afrontar nuestra situación.

El presidente agradeció su esfuerzo y su información y pidió al ministro de Comercio Transplanetario y Relaciones Intersolares para que les diera su informe.

A lo largo de las siguientes 5 horas lo único en claro que sacaron es que, según la ministra Koizumi, si esa luz tuviera una longitud de onda un poco menor se convertiría en rayos ultravioleta. Bromeando, Konata dijo que quizás alguien estaba conspirando para hacer a los habitantes de la Tierra 137 los más morenos del multiverso. Solo se rió ella, aunque los demás sonrieron con solidaridad por su intento de relajar el ambiente. Todos deseaban poder reír despreocupadamente, pero la incertidumbre y la tensión habían hecho ya mella en ellos. Sobre todo en el presidente, aunque el resto no se hacían una idea de cuanto.

Mientras la reunión continuaba, el presidente Tsurumaki pudo sentir como el escalofrío de su espalda iba migrando hacia su estómago, donde pareció convertirse en una gran esquirla de hielo que lo atravesaba. Nadie en esa sala parecía saber tener ni la más remota idea de cual podría ser el origen de la luz ni de como hacerla desaparecer. Pero para Naota lo peor no era eso, lo peor es que quizás hubiera una persona que sí podía tener alguna información. Y le aterraba cuál pudiera ser esa información.

Una vez los miembros del consejo acordaron en reunirse al cabo de tres días y todos se translocalizaron a sus correspondientes ciudades, Naota activó el modo translúcido de la ventana y volvió a observar como el fulgor púrpura envolvía todo su planeta. Deseó poder ignorarlo. Deseó que desapareciera tan misteriosamente como había venido. Cerró con fuerza los ojos. Los abrió. El violeta seguía. Dió un largo suspiro y se dispuso a llamar a Nanami Oshiro, jefa del ministerio de Comunicaciones Espectrales.

Desde que fuera descubierto en 2977 de forma accidental por los ingenieros de transporte alternodimensional, el Flujo de Comunicación con Consciencias Liberadas o FCCL había sido apartado con discreción de la atención pública. En un principio sus descubridores pensaron que habían dado con una nueva dimensión no contemplada en los manuales. Pero poco a poco se dieron cuenta que lo que habían encontrado era mucho más extraordinario. Se dieron cuenta que, antes de intentar ellos establecer comunicación, ya había alguien intentando establecer contacto desde allí. De hecho, se sorprendieron cuando descubrieron que ya había numerosas conexiones establecidas por toda la superficie del planeta, y cuya fecha de inicio era casi tan antiguas como la humanidad misma. No pasó mucho tiempo hasta que decidieron admitir la inquietante realidad. Habían establecido contacto con las almas del planeta. De alguna forma en ese “lugar” moraban todas consciencias, que existieron, existen y existirán. Y esas consciencias estaban ansiosas por comunicarse.

Se decidió entonces crear el Ministerio de Comunicaciones Espectrales, que se encargaría de usar y perfeccionar el FCCL, todo ello lejos de la atención pública. Nanami Oshiro era la séptima directora con la que había contado el ministerio, y la segunda que había enfrentado con éxito un problema real de seguridad pública. Hace tres años consiguió reducir al mínimo los efectos de la epidemia de virus Xerox 322 al conseguir descifrar la comunicación de la futura consciencia liberada de uno de los trabajadores del centro de investigaciones biológicas donde la cepa se originó. Ese había sido el gran triunfo personal y profesional de Nanami. Ahora se enfrentaba al que sería su mayor fracaso. Al llegar, el presidente no le dio tiempo ni de que tomara asiento:

–Ministra Oshiro, el consejo de Ciencia y Tecnología ha dicho que el fenómeno ha de venir de otra dimensión. Sin embargo Relaciones Interdimensionales dicen que no es ninguna de las conectadas con nosotros. Por favor, dígame que puede aclarar este asunto, y que no es tan preocupante como me temo.

–Señor presidente, ¿ha estado leyendo nuestros últimos informes?

–Por supuesto, ¿por quién me ha tomado? Decían que las comunicaciones eran cada vez menos comunes y los mensajes cada vez más confusos. ¿Qué me quiere decir con eso? Dijisteis que parecía que las conexiones se estaban cortando y que estábamos viendo el final del FCCL.

–Eso creíamos, y parecía cierto… –la voz de la ministra Oshiro se quebraba.

–¿Parecía? ¿Y ahora qué parece?

–Nos hemos dado cuenta de que había varias cosas que no habíamos tenido en cuenta, y cuando hemos conectado todo…

–¿Qué es lo que no habíais tenido en cuenta? –preguntó el presidente de forma acusadora.

–Hace ya tiempo que nos resulta imposible contactar varias veces con la misma consciencia, al principio lo atribuíamos a que era muy improbable. Además, como bien ha dicho, creíamos que las comunicaciones eran menos frecuentes, pero hemos descubierto que no.

–¿Cómo? ¿Pero entonces…? –al presidente Tsurumaki le costaba articular palabra.

–La comunicación se iniciaba, pero no nos llegaba nada. Solo eran canales vacíos. Pensábamos que eran errores de nuestros sistemas, pero no lo eran.

–¿Quiere decir que las consciencias iniciaban una comunicación que luego abandonaban?

–Creemos…creemos que hay “algo” que está cortando esas comunicaciones.

–¿“Algo”? ¿Tienen idea de que podría ser?

–Poco tiempo antes de que nos diéramos cuenta que no podíamos volver a establecer contacto con una consciencia por segunda vez empezamos a recibir cada vez más mensajes confusos. Decían algo acerca de un largo túnel. Y de una luz al final de ese túnel. Creíamos que simplemente hablaban de la muerte. Pero ahora…

–¿Ahora? ¿Ahora qué? ¿Ahora cuándo?

–Ahora…hace una semana. Los mensajes casi habían cesado, pero recibimos unos pocos. Todos extremadamente confusos. Y extremadamente cortos. Todos hablando del túnel. De que el túnel se estaba abriendo, de que huyéramos de la luz. De que estos treinta años habíamos estado caminando hacia ella y de que debíamos darle la espalda y no volver a mirarla nunca.

–Señora Oshiro,…

–Sí, señor presidente. Hay algo en ese lugar. Algo que no quiere que nos comuniquemos con esas consciencias. Algo que empezó a perseguir a las que estuvieron en contacto con nosotros, y que ha empezado su viaje a este mundo. Sospechamos que nuestros intentos de hablar con las consciencias han debilitado la barrera que separa nuestros mundos y que ese ser se está aprovechando de ello.

–¿La luz…?

–Parece ser solo el principio, señor.

–¡Debemos de parar todas las comunicaciones de inmediato!

–Ya está hecho, señor.

–¿No hay nada más que podamos hacer?

–Solo cabe esperar que no sea demasiado tarde.

Y casi lo fue. Casi. Podía ya sentir el calor de ese mundo. Todas sus mentes. Sus consciencias. Tan vivas y enérgicas. Pero esta vez fueron demasiado precavidos. Aunque siempre habría una próxima vez. Algo que le sobraba era paciencia. Sabía que era inevitable, un día la curiosidad sería más fuerte que la desconfianza. El túnel estaba casi completo. Y la luz se acercaba. Inexorable.


#cifi #ejercicio #fantasía #maquinadeltiempo #minirelato

[Escrito por Alma]

[30/12/2019] Requiem de un alma en pena

He elegido este relato para inaugurar el blog por un par de razones. La primera, porque muestra más o menos cuál es el estilo general de mis textos. Y la segunda, porque tiene ya bastante tiempo (creo que lo escribí a mediados del 2017), y así puedo no sacar directamente lo “mejor” que tengo, y me da margen para subir un pelín el nivel en el futuro. Leyendo de nuevo este relato me doy cuenta de cuantas cosas hay por mejorar y de todo lo que seguramente hoy en día haría de forma diferente, en muchos aspectos. Pero eso también me da la satisfacción de ver todo lo que he evolucionado en este tiempo, tanto a nivel personal como en la escritura.

Este relato corto nació de un ejercicio del curso de escritura creativa en el que estuve. Consistía en recibir un conjunto de conceptos/palabras que había que incluir en el relato. En mi caso, si no recuerdo mal, las palabras eran “clarinete”, “pistola” y “motel”. Este fue el resultado, espero que lo disfrutes.


La tormenta apretaba y, como siempre, me he olvidado el paraguas. Aunque con el vendaval que hay seguramente no hubiera servido de nada. A lo lejos pueden verse relámpagos, que iluminan fugazmente el cielo encapotado de la oscura tarde de verano. Maldita fuera la hora en la que me dejé la dichosa funda del clarinete. Por su culpa me toca calarme hasta los huesos.

Alguien había dejado abierta la puerta del teatro, con lo que puedo entrar rápidamente y resguardarme de la lluvia. Qué suerte. Aunque cuando recupero el aliento que había perdido al correr desde la parada del metro, caigo en la cuenta de que era extraño que alguien estuviera en el teatro un sábado. Quizás, como yo, se había dejado olvidada alguna cosa. Al estar todas las luces apagadas pienso que lo más seguro es que ya se hubiera marchado. A tientas, con la escasa luz que alumbra la pantalla de su móvil, busco la caja que contiene los interruptores de la luz y activo la palanca que encendía las luces del patio de butacas. Salta un fogonazo, sobresaltándome. Una descarga recorre mi mano y la aparto, dolorido. Lanzo un improperio. “La jodida tormenta ha debido de fastidiar la instalación eléctrica”, pienso mientras la froto, entumecida por el chispazo. Lo mejor será que coja la funda y me largue cuanto antes. Si no recuerdo mal, la funda debería de estar en el vestuario. A oscuras y a tientas me dirijo hacía allí, sirviéndome de la exigua iluminación de mi teléfono.

El temporal sigue arreciando. Puedo oír como la lluvia cae con fuerza. Algún ocasional trueno rompe el runrún del aguacero y el silbido del viento. A medida que me acerco al pasillo que conduce a la parte posterior del escenario empiezo a distinguir un sonido, antes camuflado por el chaparrón. Una voz, un leve murmullo. Con curiosidad, me dispongo a saludar y a preguntar quien hay ahí. Pero antes de que salgan las palabras de mi boca tropiezo. Hay algo tirado en el suelo. Al dirigir del fulgor de mi móvil sobre el bulto del suelo me doy cuenta de que no es algo, si no alguien.

“¡Carla!”, digo en un susurro antes de poder remediarlo. Ciertamente es Carla, la bailarina principal de la obra. Yace bocabajo sobre el suelo, en medio de un pequeño lago de color escarlata. Sus cabellos rubios se encuentran desperdigados como un halo en torno a su pálida cara. Sus ojos azules desorbitados, congelados en una expresión de terror, se dirigen hacia la salida mientras uno de sus delgados brazos se extiende hacia delante. De una pequeña herida su espalda desnuda brota todavía un leve reguero de sangre.

Me arrodillo junto a ella, y con mis temblorosas manos intento ver si responde o respira. Nada. Me levanto torpemente, las piernas casi no me sostienen. En corazón me late violentamente en el pecho. Mi móvil decide entonces que su batería ha aguantado demasiado y se apaga con un zumbido que a mí me resulta atronador.

Aterrado y en la oscuridad me doy cuenta de que el murmullo que antes oía se escucha más claramente. Son sollozos. Miro a los vestuarios; de donde parecen provenir y veo una luz tenue. La lógica y mi instinto de supervivencia me instan a salir corriendo sin mirar atrás. Y sin embargo no lo hago. La persona que esté llorando podría necesitar ayuda. La mirada de Carla se me ha quedado grabada aunque ahora no puedo verla. El olor metálico me marea, me nubla el juicio. Lentamente me muevo hacia la luz. Intento calmar mi respiración entrecortada, que ahora mismo a mis oídos suena como un fuelle desbocado. A duras penas lo consigo.

Al llegar a la puerta del vestuario me detengo, y cuando logro reunir el valor suficiente miro al interior con cautela. El corazón se me detiene. Algunas velas que alguien ha colocado sobre las taquillas iluminan una escena macabra. El cuerpo de un hombre desnudo y sin vida en mitad de la sala, con otra herida en el pecho por la que se le han escapado también las últimas bocanadas de vida. Mientras tanto, a su lado, una chica se encuentra agazapada llorando. Ella se cubre la cara con unas manos cubiertas de sangre, una pistola descansa a sus pies. Su cuerpo se estremece con cada sollozo. El cabello largo y castaño le cae sobre la cara y las manos, también manchado de sangre. De repente, antes de que pueda dar un paso, aparta las manos de su cara. Una cara pálida como la leche salvo donde está cubierta de sangre y lágrimas. Me mira. Veo unos ojos negros llenos de dolor. Y también de rabia. El rencor que emana de esos pozos de odio me empuja hacia atrás, casi como una fuerza física. Sus manos se mueven frenéticas, agarran la pistola y la apuntan hacia mí.

–Érica, ¿qué has hecho? –susurro, más para mí que para ella.

–¡¿Qué haces aquí?! –chilla ella.

Una sensación total irrealidad me embarga. Esto no puede estar pasando. ¿Érica? Imposible. La titilante luz de las velas, la visión de los dos cuerpos sin vida. Tiene que ser un sueño, no hay otra explicación.

–¡Fausto, responde! ¡¿Qué haces aquí?! –chilla ella de nuevo.

Casi ni lo recuerdo. ¿A qué había venido? Lo veo apoyado contra mi taquilla y me vuelve a la mente.

–Mi funda, se me olvidó –digo de forma casi inaudible, señalando vagamente en dirección a mi taquilla.

Ella aparta la vista de forma fugaz para mirar donde indico, la pistola todavía encañonada hacía mí. Me mira, de repente se echa a reír. Carcajadas histéricas salen de su boca. Con la cara manchada de sangre, lágrimas brotando de nuevo de sus ojos, tirada en el suelo al lado de un cuerpo sin vida. Riéndose. Sus risas no tardan en convertirse de nuevo en llanto.

–Me obligaron… ha sido su culpa… –consigue articular entre sollozos.

Parece que intenta convencerse a sí misma más que convencerme a mí. Su mirada se me clava, como suplicándome comprensión. Y sin previo aviso la rabia vuelve a endurecer su expresión.

–¡Todo es culpa de esa maldita furcia! ¡Maldigo su existencia! ¡El papel principal era mío, Cris, me lo prometiste! ¡Me lo prometiste! –chilla, girándose hacia el cuerpo inerte del hombre y zarandeándole.

Ahora caigo en que la persona que yace sin vida en mitad de los vestuarios es Cristofer, el director de la obra donde yo toco su clarinete y Carla bailaba. El mismo que hacía varias semanas había declarado que Carla tendría el papel principal, con lo que Érica se había quedado sin puesto. Esto aclaraba un poco la macabra situación. Pero aún así…

–Yo te quise como nunca ella pudo haberte querido, Cris, bailé hora y horas para ti. Me dijiste que era la mejor de todas, que era la mejor que nunca habías visto… –su voz ahora suave, casi dulce–. ¡Mentiroso! ¡Puto cerdo mentiroso!

Empieza a golpear el pecho y la cara inmóviles de Cristofer. El cuerpo se tambalea como un muñeco de trapo. Con la espalda vuelta hacía mí, casi parece que se ha olvidado de que estoy en la habitación.

–¡Seguro que me decías esas mentiras a la cara y luego te ibas a tirarte a esa puta en el sucio motel al que me antes me llevaste a mí! ¡Jodido mentiroso! ¡Vuestra es la culpa y solo vuestra!

Al cabo de unos segundos, se vuelve de nuevo hacía mí. La cara inundada en lágrimas, que casi han borrado el rastro de las manchas de sangre.

–Fausto, al igual que tú, me dejé hace una semana la mochila tras los ensayos, y tuve que venir un sábado –su voz, ahora poco más que un débil susurro, se quebraba a cada palabra–. Ellos no me vieron, pero yo sí que los vi. Y los oí. No pude creerlo. No quise creerlo. Me dije que no podía ser. Me dije que volvería el próximo sábado a comprobarlo. Tenía que haber sido un sueño. Una pesadilla. Pero no. No lo ha sido.

Su boca re repente se tornó en una sonrisa torcida, malévola. Su cara cambia completamente, doy un paso hacia atrás espantado por la expresión de crueldad de su rostro.

–Si hubieras oído la cantidad de excusas que soltaron cuando vieron a mi amiguita–, dice con voz casi tierna mientras acaricia grotescamente la pistola–. Pero yo ya estaba harta de sus mentiras. Le dije que se largara, que no tenía nada contra ella. Y la muy estúpida se lo creyó. La muy cabrona creía que podía escapar. Seguro que no le hizo gracia que le mintieran. Ahora ya sabes lo que se siente cuando te rompen el corazón, puta asquerosa.

Nuevamente suelta una carcajada, que hace que otro escalofrío me recorra el cuerpo. Pienso en escapar, aunque con las piernas atenazadas de miedo poco puedo hacer. Me viene a la cabeza la imagen de Carla. Su cara aterrorizada, tirada en mitad del pasillo, y pienso que no me apetece reunirme con ella. Aunque a este paso me temo que si no acabo como Carla acabaré como Cristofer. Veo que su mirada vuelve a estar perdida

–Yo solo quería bailar, Fausto… El baile era todo para mí. Pero en algún momento perdí el juicio, y el baile y él se convirtieron en la misma cosa. Quería bailar para poder verle y quería verle para poder bailar. No cometas nunca mis mismos errores, Fausto. No dejes que nadie te arrebate tus pasiones. Y es que, cuando esos dos me arrebataron lo que yo más quería, ¿qué esperaban? Siempre me han enseñado que el trabajo tiene su recompensa, Fausto, y que el pecado tiene su castigo. ¿Mi trabajo al final se iba a quedar en nada? ¿Sus pecados iban a quedar impunes? No podía permitirlo. Ellos solos se lo han buscado. Ellos solos… –Su mirada vuelve a dirigirse a mí, se me clava, nuevamente suplicante. Sus manos, temblorosas, bajan la pistola y se quedan descansando en su regazo–. Tú me comprendes, ¿verdad…? Claro que sí, cualquiera vería que lo que he hecho… que lo que he hecho…

Sus ojos, ahora desorbitados, se dirigen hacia la pistola que descansa junto a sus manos en su regazo, y después al cuerpo de Cristofer. Levanta de nuevo las manos y se cubre la boca con ellas.

–Lo siento, Fausto, lo siento. Oh, dios, lo siento muchísimo… –su voz, ahora distraída y llena de angustia, parecía que no se dirigiera a mí. Sus ojos ciertamente no lo hacen–. Disculpa, perdón por que hayas tenido que ser testigo de esto, Fausto. Por favor, vete. Déjame sola. Vete, necesito estar sola.

Lentamente doy un paso atrás. Ella ni se inmuta, y se tumba poco a poco junto a Cristofer y lo abraza. Doy otro paso atrás. Ella ahora está susurrando algo que ya no alcanzo a oír. Una vez en el pasillo empiezo a caminar, nuevamente tanteando con las manos por las paredes. Intento hacer el mínimo ruido posible, con el oído atento a cualquier sonido que pudiera venir de los vestidores. Al pasar junto a Carla el estómago se me retuerce. Necesito salir de aquí, necesito aire. Acelero el paso, ya casi corriendo. Nada se escucha desde el vestidor. Solo se oye el murmullo de la tormenta, que todavía continúa. Tropiezo varias veces, pero ya no me importa. Toda mi voluntad está en salir de ese inmundo teatro. Al alcanzar la puerta de salida el sonido de un estruendo sacude mi cuerpo. Creo que es un trueno, aunque no puedo estar seguro.


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[Escrito por Alma]